Luna Roja (Cuento Original)

Ilustración de José Alfredo Calvo
Capítulo I
El rojo es un color curioso - decía el anciano - es el amor y es la sangre, es la pasión y es la muerte. Sentimientos tan contrarios convergen únicamente en el rojo.
Los jóvenes escuchaban con atención al anciano. Formaban un semicírculo a su alrededor mientras él estaba sentado en una banca y hablaba con dificultad.
-¿Y por qué se pone roja la luna? - preguntó un niño con fascinación.
El anciano tomó un momento para respirar hasta que al fin respondió - Algunos dicen que alguien la hace sangrar y por eso se tiñe de rojo. Otros dicen que se enamora y se pone roja de la vergüenza al ver a su amor.
-¿Y usted qué cree, señor? - insistió el niño.
- Yo creo... - el anciano meditó tomándose sus barbas blancas - Yo creo que la luna es una mujer con un periodo algo irregular - bromeó con una sonrisa en el rostro.
Eran las vísperas de una luna roja. El mismo anciano se encargaba de predecirlas, nadie sabía cómo, pero siempre acertaba. Él simplemente decía que "las sentía".
Hacía 20 años no se veía la luna roja por lo que en el pueblo estaba de moda hablar de ello. Los jóvenes eran los más emocionados pues nunca habían visto la luna envuelta en rojo.
Entre ellos estaba Rafael, nacido dos años después de la última luna roja. Era un muchacho flaco y alargado, con los pómulos hundidos y la nariz puntiaguda.
Era también un sujeto lleno de contrastes. Parecía solitario pero en realidad no lo era; aunque por lo general se le veía solo, él disfrutaba esa soledad. No interactuaba mucho con la gente del pueblo por lo que muy pocos sabían quién era, aunque él sí sabía quién era cada uno. Era un romántico pero al mismo tiempo podía llegar a ser tan frío que cualquiera lo creería loco. Sencillo por fuera aunque con momentos esporádicos de orgullo por dentro. Era generalmente tranquilo, pero existían puntos particulares que podían, de ser detonados, sacar lo peor de él. Era, cómo le decía Elena, "un mundo de contradicciones".
Elena era su enamorada. Era una muchacha callada, amable y sencilla. Pequeña de estatura, delgada, con la cara pequeña, la nariz redondeada y el pelo lacio y negro. Era un poco desaliñada; la femineidad era sino la última de sus prioridades, por lo que, al salir de casa, arreglarse era la última de sus preocupaciones.
"¡Cómo vas a salir con ese pelo así mi hijita! No te va a volver a ver ni el perro del vecino..." se lamentaba constantemente la señora.
Elena y Rafael fueron, después de escuchar al anciano, a sentarse en otra banca como era su costumbre. Hablaban de ellos, de la vida y del tema de moda: la luna roja.
-¿Y tú por qué crees que se pone roja? - preguntó Elena.
-No sé... - contestó Rafael mientras aún pensaba su respuesta.
-Tal vez el infierno se abre y se refleja en la luna - bromeó él.
-Tal vez - repitió ella risueña.
-Y hablando de infierno... - dijo mientras su voz sufría un gradiente de alegre a seria a como se acercaba un grupo de jóvenes hacia ellos.
-¿Qué tal? ¿Qué tal? - saludó uno de ellos escandalosamente.
-Vete de aquí Franco - dijo Elena cortante.
Franco era apenas más alto que Rafael aunque un poco más grueso. Tenía la cara cuadrada y una boca grande. Era exactamente el tipo de persona que Rafael odiaba; prepotente, escandaloso y bastante básico, o cómo decía Rafael: "primitivo". Además de que vivía obsesionado con Elena.
-¿Por qué tan seria Elena? Sólo vengo a saludar.
-¿Y este quién es? - preguntó dirigiendo su mirada a Rafael.
-Él es Rafael. - contestó seria.
Rafael se mantenía al margen de la conversación, no tenía la menor intención de participar en ella. Al igual que los dos amigos de Franco que lo acompañaban.
- ¿Es tu novio? - preguntó Franco incrédulo.
-Sí - respondió Elena.
Franco dirigió su mirada para observar a Rafael por un momento.
-Pues no sé qué le ves a este. Bien feo que está. Bien podría adornar con bolas y guindar una estrella en esa nariz para navidad.
Rafael se giró a mirar a Franco por primera vez desde su llegada, pero este ya se había dirigido a Elena de nuevo.
-De seguro tiene dinero. - continuó Franco -Al final no eres más que una interesada.
-O tal vez simplemente no soy un imbécil- irrumpió Rafael cuya paciencia se había acabado y se había levantado de golpe quedando frente a frente con Franco.
-¿Qué pasó narizón? - preguntó desafiante Franco. Pero Rafael simplemente se quedó serio frente a él sin decir una palabra. Elena los miraba asustada.
-¡Ja! no eres más que un llorón. - dijo Franco mientras se daba la vuelta para retirarse al ver que Rafael no haría nada.
En ese instante Rafael tomó a Franco de un hombro y lo devolvió con fuerza. Con el puño derecho acertó un golpe a la mandíbula cuadrada de Franco el cual tuvo que retroceder por el golpe y por la sorpresa. La sangre ya bajaba por su boca.
-¡Maldito! - gritó Franco mientras se sostenía la boca con las manos. Optó por retirarse, sus dos amigos lo ayudaban mientras se iban corriendo.
-¡Ya verá ese desgraciado! - les iba diciendo furioso.
-¡Aggh! - exclamó Rafael mientras se dolía de la mano.
- ¡Cómo lo detesto! - dijo para sí mismo mientras lo observaba alejarse.
-Yo también. Lamento que esto haya pasado Rafael . Es un necio, a veces me da miedo.- dijo preocupada Elena que se había puesto de pie asustada.
-Es un estúpido - dijo él fastidiado.
-Te está sangrando la mano. - le advirtió Elena que se sentía culpable.
-Es cierto, - notó Rafael - mejor iré a vendarla, nos vemos luego.
Y se marchó indispuesto.
Capítulo II
El día de la luna roja había llegado. En el pueblo se organizó toda una actividad para observar el esperado evento. Habrían comidas, música y baile en el parque previo al momento en el que la luna se tiñera de rojo. Elena y Rafael habían acordado asistir juntos.
Esa tarde Elena hizo una excepción y decidió arreglarse. Se acomodó el cabello y pidió prestado el pintalabios rojo de su madre. Con dificultad se los logró pintar.
-Te ves hermosa - le dijo la madre con los ojos aguados, que de por sí lloraba hasta porque el sol no saliera.
-Ay madre. - le respondió Elena con una tierna incredulidad - Tengo que irme ya.
-Claro hija, anda.
Rafael, que ya se encontraba en el parque, la esperaba un poco nervioso. Él la amaba. Era quizá la única persona que lo entendía y la única compañía que prefería sobre la soledad. Temía, por esto, perderla por alguna de sus tonterías.
Los últimos rayos del sol alumbraban el parque cuando llegó Elena. Se saludaron, hablaron y caminaron alrededor del parque mientras la gente del pueblo se empezaba a reunir.
-El otro día - decía Rafael a Elena - le dijiste a aquel individuo que éramos novios.
-Sí, lo siento - dijo rápidamente Elena - Creí que así se iría más rápido.
-No debes disculparte, - dijo sonriendo - es algo que me gustaría.
Llevaba quizá media hora intentado traer el tema a conversación de una manera sutil.
-A mí también - respondió tímidamente Elena.
-Pues estás loca - dijo sonriendo Rafael.
-Faltan diez minutos - gritó el anciano. La gente entonces se comenzó a aglutinar en el parque. De pronto, era tanta la multitud que todos estaban hombro con hombro sin espacio alguno entre ellos. Rafael y Elena estaban totalmente rodeados de gente y los inevitables empujones iban y venían.
A Rafael esto no le importaba. Teniendo a Elena frente a frente, el resto del parque, las voces, los gritos y la música, no era sino un fondo borroso y desenfocado.
Él sólo quería mirarla pues nunca la había visto tan hermosa.
Ella notó su mirada fija y silenciosa y no pudo evitar ruborizarse.
-Pareces un tomate - bromeó Rafael..
Se habían conocido hacía unas pocas semanas por casualidad en la biblioteca. Elena iba a devolver un libro, era la historia sobre algún caballero de la era medieval. Rafael ya se encontraba ahí. Solía pasar horas y horas buscando libros o leyéndolos ahí mismo.
Rafael bajó su libro para observar quién era la que entraba al lugar, aunque lo que terminó notando fue el libro que traía. Llamó su atención puesto que era el libro que más detestaba. Luego miró a la mujer y advirtió que nunca la había visto antes por lo que siguió leyendo.
-¿Te gustó? - le preguntó el bibliotecario a Elena cuando se lo devolvió.
Lo odié - respondió Elena fastidiada.
¡Agggh! - exclamó el bibliotecario mientras hacía una mueca - Lo mismo dijo aquél de allá - dijo señalando a Rafael con la barbilla. -¿Verdad Rafael?
Rafael lo miró sorprendido de la referencia (indebida para él) que le había hecho el bibliotecario.
-Eeeh... pues sí, - dijo tímidamente - es muy predecible.
-¡Exactamente! - exclamó Elena. Y comenzaron a criticar el libro juntos.
Elena, ahí en la multitud, con Rafael de frente, recordaba aquel día en que se conocieron y sonrió al recordar también una conversación que había tenido una vez con su madre.
"Uno conoce al amor de su vida mientras se hacen las cosas que uno ama" le había dicho la madre "Por ejemplo, yo conocí a tu padre mientras hablaba con la vecina...".
-¡Miren! - gritó alguien, y la advertencia se esparció como dominó entre la gente. La luna se había empezado a pintar de rojo y se derramaba como un líquido en la superficie blanca. Los jóvenes estaban impactados. Era un rojo intenso el que ahora empezaba a alumbrar el parque.
Elena y Rafael la miraban con atención. La mancha alcanzaba ya la mitad de la luna cuando Rafael bajo su mirada. Observó a Elena; sus labios carmesí, su pelo negro que bajo la luz roja de la luna parecía vino y su piel blanca que parecía rosada. Era perfecta.
-Quiero estar contigo siempre, - le dijo casi inconscientemente- que para la próxima luna roja estés aquí aún, y la siguiente y la que siga.
Rafael se sorprendió de lo que había dicho, prácticamente sin pensarlo, contrario a su naturaleza, como un impulso inspirado por el momento, quizás por la luna misma.
-Yo igual - respondió Elena sonriendo.
El amor iba creciendo en ellos como el rojo iba creciendo en la luna. Era un sentimiento intenso como nunca lo habían sentido.
Durante unos minutos simplemente se miraron fijamente, sonriendo, enamorados. Rafael podía estar ahí siempre y Elena también.
Se habían olvidado totalmente de la luna y de la gente. Sólo existían ellos dos en ese momento.
Y justo cuando la luna se tiñó totalmente roja Rafael la besó.
Rafael sintió acelerar su corazón, sus rodillas temblaban y su cuerpo entero se estremecía. Sintió también un calor que le ardía en el estómago.
"Así que así es que se siente el amor" pensó.
Sin embargo, un hilo frío recorrió su cuerpo y sintió un dolor punzante. Miró hacia abajo. Vio un líquido emanando de él. Era sangre. Tenía una herida en su costado derecho y un flujo continuo de sangre le chorreaba mientras él miraba confundido.
En ese momento todo fue rojo para Rafael; la luna, la sangre, los labios de Elena.
Se desplomó. Lo último que alcanzó a ver fue la luna intensamente roja que lo observaba desde lo alto.
Elena se agachó a recogerlo en sus regazos. Miraba hacia todos lados asustada, desesperada, pero todos observaban la luna. No entendía qué pasaba y la conmoción le impedía gritar. Simplemente lloraba y lo intentaba hacer reaccionar.
Pero no reaccionó.
Y ahí en sus brazos, bajo la luna, cubierto de sangre, su corazón dejó de latir.
Capítulo III
Tres años pasaron hasta que la siguiente luna roja volviera a visitar el pueblo. Elena no asistió a la actividad ya que le traía recuerdos de la tragedia. Además, ya no era amiga del pueblo. La muerte de Rafael no los había conmocionado como ella esperaba y nadie en realidad se preocupó por él ni por saber qué había sucedido.
Elena había llorado a Rafael desde entonces. Su madre lloraba con ella e intentaba animarla pero era imposible.
-¡Esa luna roja no es más que el diablo! - gritaba la señora.
La luz de su cuarto era la única encendida en todo el pueblo. Ella estaba ahí, sentada en su cama intentando leer un libro. Pero de pronto no aguantó más y soltó el llanto. Lo recordaba. Cada parte de él, cada palabra que alguna vez le dijo él o le dijo ella. Y recordaba el beso, y la sangre y la luna, "esa maldita luna", decía.
Creía que podía volverse loca en cualquier momento. La depresión la aislaba totalmente del mundo. No salía del cuarto, sólo hablaba con su madre cuando era necesario y a veces ni tan siquiera comía. En ocasiones no podía distinguir entre la realidad y las pesadillas que tenía; a veces nadaba en sangre, a veces miraba a Rafael ser acuchillado sin poder evitarlo y a veces lo veía vivo en sus sueños y corría hacia él a besarlo.
Al intentar secarse las lágrimas vio de reojo un resplandor rojo en su ventana, supuso que era el reflejo de la luna que ya se empezaba a asomar, hasta que un golpeteo en la ventana la hizo resaltar. El corazón se le detuvo por un instante. Giró su mirada hacia la ventana. Había una mancha roja en ella.
Quedó totalmente petrificada. Creyó que la locura por fin la había alcanzado, que la tristeza la estaba haciendo delirar o que quizás era otra pesadilla. Decidió apartar la mirada y terminar de secarse los ojos. Con temor, lentamente, volvió a mirar a la ventana. Había alguien ahí.
Su estremecimiento y sorpresa fue aún mayor cuando reconoció la silueta que la miraba desde afuera de su ventana.
Era Rafael.
Rafael procedió a abrir la ventana. Estaba vestido con una capucha de un rojo escarlata, y sólo su cara era visible. Levantó un pie sobre la ventana, luego el otro, entró al cuarto y se quitó el gorro de la capucha.
Elena lo miraba fijamente, atónita, sentada aún en su cama. Estaba convencida de que finalmente se había vuelto loca.
Hubo un prolongado silencio.
-Sí, soy yo - dijo Rafael.
Elena no dijo nada, aún estaba paralizada.
-Ra... ¿Rafael? - preguntó finalmente.
-Sí Elena, soy yo, he vuelto. - respondió.
Hubo otro silencio.
-Pe... Pero... - tartamudeaba ella.
-La luna me envió a ti... - la interrumpió él - al menos por esta noche.
Luego de un momento Elena por fin se movió. Se levantó y lentamente se acercó a Rafael hasta quedar frente a él.
Así se mantuvo por un minuto inspeccionándolo de arriba a abajo hasta que en un movimiento rápido lo abrazó. Y lo abrazó con todas sus fuerzas mientras lloraba. Rafael le devolvió el abrazo.
-¡Sí eres tú! - exclamaba entre lágrimas - ¡Eres tú!
-Pero no entiendo...
-Hice un pacto con la luna, por ti Elena.
Ella lo miraba confundida por lo que Rafael decidió continuar.
-La luna nos vigila ¿sabías? Hace rondas a nuestro alrededor para observarnos a todos y a cada uno de nosotros. Es la guardiana de la Tierra. Probablemente es su madre también, su vieja madre llena de canas blancas. Eso no lo sé. Lo que sí sé es que al morir vi la luna, y ahí, aún roja, me habló. Me ofreció un trato.
>>¿Recuerdas cuando me preguntaste por qué creía que se ponía roja la luna? Pues ahora lo sé. La luna nos vigila, ve el amor y la sangre que las personas generan durante años. Recopila todo ese amor y toda la muerte que ve en el mundo hasta que un día no puede más y tiene que expulsarlos de su interior. Por eso se pone roja, roja de amor, roja de muerte. Expulsa el rojo del amor lanzando hacia la Tierra todo el amor almacenado en ella, por esto, en luna roja, es más intenso el amor. En cuanto al rojo de la muerte... pues ese soy yo.
Hizo una pausa. Elena se encontraba desconcertada.
-La luna halló en mí la persona ideal para sus planes, me propuso un trato y yo lo acepté a cambio de poder verte de nuevo. - continuó Rafael - Estoy condenado a cumplirla eternamente. Mi alma ahora pertenece a la luna, pero vale la pena una eternidad sin descanso a cambio unos minutos contigo cada luna roja.
-Rafael... -dijo ella en tono triste. Él continuó.
-La luna expulsaba la muerte igual que el amor al ponerse roja, pero eso generaba tragedias en la tierra, como la que yo sufrí. Por esto me ofreció este pacto. Ahora sacará su rojo muerte a través de mi. Yo seré el rojo muerte de la luna, vendré a la Tierra y se lo daré a quién lo merezca. Ella me dará los nombres y yo recorreré el mundo hasta encontrarlos y los atormentaré; los asustaré de las formas más horribles, seré un fantasma, seré un viento frío, seré un susurro en la noche, seré su conciencia, seré su verdugo, seré hasta el mismo diablo si es necesario con tal de que pague la muerte y la sangre que un día dieron.
-Tengo hasta que la luna se vuelva blanca - dijo mirando hacia el cielo.
Un cuarto de luna estaba pintado de rojo.
Elena, ya un poco más tranquila pero aún sorprendida, escuchaba con atención sin terminar de creer lo que veía y escuchaba.
-Así que debo ir a cumplir. - dijo Rafael - Vendré a despedirme antes de que la luna se vuelva blanca. El primer nombre es...
- ...Franco - complementó Elena - Siempre supe que fue él, pero nadie me iba a creer.
Rafael asintió. Se puso de nuevo el gorro y salió por la ventana.
Franco sí había asistido a la actividad con la esperanza de ver a Elena. Pero cuando sus planes fracasaron decidió sentarse en una banca un tanto lejos de la multitud.
-¿Qué tal Franco? - preguntó un susurro a su derecha. Franco se volvió inmediatamente pero no vio nada. Se puso nervioso.
-¿Qué tal Franco? - escuchó la voz al otro lado de él y volteó a ver. No había nada.
Franco se puso de pie, las piernas le temblaban.
Cuando regresó su mirada observó algo que hizo que un sudor helado recorriera todo su cuerpo; el espectro de aquel joven que había matado hacía tres años estaba al frente suyo y una sonrisa maligna se le dibujaba en la cara.
Franco estaba paralizado. Nunca había estado tan asustado en su vida.
-Llegó tu hora de pagar, Franco - dijo Rafael.
-Yo.. yo... yo... - temblaba Franco - ¡Fue un accidente! Yo sólo quería asustarte pero alguien me empujó. - le rogaba.
Franco bajó su cabeza. Rafael lo miraba seriamente. Esperó que levantara la mirada y como un fantasma atravesó su pecho y desapareció. Franco se desmayó al instante.
Rafael volvió a la ventana de Elena y entró.
Ella lo miró. Notó en su cara que ya no era el mismo.
-No lo soy. - dijo Rafael como leyendo su rostro - Tres años he esperado. Tres años de tristeza e impotencia. Tres años donde deseos de venganza han crecido en mí. Poco a poco voy desapareciendo... Pronto no seré más que rojo muerte.
-Esparce esto Elena- continuó. - Que todos los que traen muerte al planeta le teman a la luna roja, que sepan que todo aquél que haya hecho el mal recibirá a Rojomuerte cuando la luna se tiña de rojo. Y a los amantes, diles que aprovechen cuando la luna roja se pone en lo alto, pues nunca será un amor tan intenso como cuando esté bajo la luna roja.
-Lo haré, Rafael. - dijo ella.
Y se acercó a él de nuevo. Lo miró fijamente, le sonrío y lo besó.
Se besaron mientras las últimas gotas de rojo se escurrían de la luna. Rafael se desvaneció.
Al siguiente día Elena despertó confundida. Aún acostada recordaba la noche anterior. No estaba segura de lo que había pasado, si fue real, si fue su locura o si quizás fue solamente otro sueño.
Escuchó tocar a su puerta.
-Elena, mi hija, ¡despierta! - gritó la madre desesperada desde afuera de la habitación de Elena - Tienes que escuchar esto.
Elena se levantó alterada y abrió la puerta.
-¡Franco se ha vuelto loco! - exclamaba su madre angustiada mientras movía sus manos con desesperación - Andaba gritando por el parque "¡Yo maté a Rafael! ¡Yo maté a Rafael!". ¡Se lo han llevado al manicomio!
Una sonrisa se le dibujó en la cara a Elena.
"Ojalá fueras siempre roja, luna." pensó.